jueves 10 de mayo de 2007
Hace unos días leí que Lula, en Brasil, había decidido no respetar las patentes de ciertos medicamentos antisida. Mi postura, como en tantas otras cosas, fue ambivalente. Por una parte entiendo que hay una tremenda tragedia, especialmente para aquellas poblaciones que no pueden hacer frente a los altos precios occidentales. Por otra, esta la incentivación necesaria para que las empresas farmacéuticas investiguen. Sin esperanza de beneficio, no habrá inversión.
Ahora mi mejor amigo, Miguel, me dice que su novio es seropositivo. De hecho, fue Miguel quien se lo pregunto: "¿Me estás diciendo que eres seropositivo?", ante las vueltas que daba su novio en torno al tema.
Si, sigue existiendo estigma. A veces parece que la enfermedad ha desaparecido, que existe cura. Sin embargo el miedo sigue latente, especialmente entre aquellos que perciben que no están expuestos directamente a la enfermedad (vana ilusión, todos lo estamos).
No debe ser fácil convivir con alguien que tiene esta enfermedad. O cualquier otra enfermedad crónica. Pero en el caso del SIDA existen varios factores adicionales que tal vez convierta la situación en trágica: afecta directamente a las relaciones interpersonales, desde las de pareja hasta a las redes sociales (amigos, familia, compañeros de trabajo).
Me pregunto qué haría yo. ¿Seguiría con alguien que representa un peligro para mi calidad de vida? Ahora, desde la madurez, desde la experiencia, creo que sí. Supongo que es cuestión de evaluación de riesgos. Pero sobre todo de dignidad, de respeto.
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